17.1.06

clive staples lewis (I)

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Ayer, con la crítica de “Las crónicas de Narnia”, prometimos reseñar algunos apuntes biográficos de su autor, Clive Staples Lewis. Cumplimos, tomando datos de la nota de Pablo Makovsky, de la edición del sábado 31/12/5 de “Ñ”, el suplemento de cultura del diario “Clarín”, y de la muy buena nota de Mariana Enriquez, en “Radar”, el suplemento de “Página 12” del 09/01/06.

Clive Staples Lewis era conocido como Jack para todos sus amigos. Jack, el irlandés nacido en 1898 en Belfast, tuvo una infancia ideal hasta los diez años. Junto a su hermano Warren, vivía en un mundo de fantasía. Lo apasionaban los animales, los cuentos de hadas y los juegos de magia. Junto a su hermano habían imaginado el reino de Boxen, habitado por animales que hablaban, cada uno, en un lenguaje distinto. Joy (alegría). Con esa palabra definió esa sensación que le provocaba escuchar esas historias de mitos y leyendas.

Pero la realidad se presentó con su carga trágica, cuando murió su madre en 1908. Su padre, una figura siniestra para los niños Lewis, lo internó de pupilo en distintos colegios ingleses, uno más cruel que el otro. El sadismo de la educación británica dejó sus huellas en C.S.Lewis: cinco años después de la muerte de su madre, había perdido la fe protestante de sus mayores y se dejó abrazar en una especie de neopaganismo, revalorizando la alegría y regocijo que encontraba en los mitos nórdicos y celtas.

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En la Primera Guerra Mundial, Lewis se hizo muy amigo de otro compatriota, Paddy Moore quien murió en la contienda. Respetando un mutuo juramento, Lewis se hizo cargo de la familia de Moore, su madre y hermana, a quienes mantuvo hasta su muerte. Además, cargó con su hermano Warren, ahora un alcohólico. Lewis se obligó a su promesa con Moore, hasta extremos perversos. Dejó pasar buenas oportunidades de progreso, para no abandonar los claustros de Oxford, donde estudiaba tras la guerra, para que la hermana de su compañero caído en batalla no cambiara de colegio. Como si fuera poco, Janie, la madre de Moore, se tornó agresiva en su senilidad, haciendo de la vida cotidiana de Lewis, un auténtico infierno.

Ya como profesor de Literatura Medieval y Renacentista, formó parte de Inklings, un grupo de escritores amigos que discutían sus obras en bares y aulas. Junto a él estaba J. R. R. Tolkien, el autor de “El Señor de los Anillos”, otro apasionado de los mitos nórdicos, con quien compartió una caminata por el zoológico de Whipsnade, en septiembre de 1931, que le cambiaría la vida. En este atardecer, discutieron sobre el cristianismo. Tolkien argumentó que alguien atraído por los mitos como Lewis debía aceptar el mito cristiano, que toda existencia era, intrínsecamente, mítica.

Hasta ahí, “no creía que Jesucristo fuese el Hijo de Dios”. Pero esa tarde, entre los animales, Lewis comprendió que la historia de Cristo era un mito verdadero, “un mito que trabaja sobre nosotros de la misma manera que los otros, pero con la tremenda diferencia de que realmente sucedió”. Lewis se había reencontrado con su fe.

(continuará)

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